viernes, 10 de octubre de 2008

Helio Orovio

Ha muerto Helio Orovio, alguien a quien tuve apenas tiempo de conocer pero del que todavía me sirvo cuando consulto su Diccionario de la Música Cubana. Como si no fuera suficiente el esfuerzo que se tomó en elaborar su diccionario en tiempos en que la música cubana era, en su mayor parte, un rezago del pasado su imagen de amante inclaudicable de la música cubana me era confirmada a cada rato por Tejuca, vecino suyo. (Helio, me contaba, había declarado como experto en un juicio de plagio contra los Estefan en Miami: el gran músico Eddie Palmieri boricua luego de servirse durante años de la música cubana reclamaba como suy el estribillo “Oye mi canto”. Gracias a sus servicios como perito musical en ese juicio uno de los grandes musicólogos del país al fin había conseguido comprar un equipo de música). Un cuento mío “Lo más sublime” comienza con una cita tomada del diccionario en la que al dar cuenta biográfica de un cornetinista cubano radicado en Nueva Orleáns a finales del siglo XIX se ven los deseos del redactor por empujar a su biografiado un tramo más allá de su discreta gloria: “Si su música hubiera quedado grabada, se le reconocería como un verdadero precursor o iniciador del jazz. Terminada su gira por el norte, a principios del siglo XX, volvió a New Orleans, donde extrañamente adquirió un Grocery y se dedicó a administrarlo. Murió olvidado”.
Cortesía de Tejuca un texto sobre Helio de Sigfredo Ariel y otro que el propio Tejuca me adjuntó en el mensaje sin acentos ni puntos y seguidos como si el recuerdo de Helio le estuviera goteando del alma.


Sigfredo Ariel:
Llega poco después de mediodía al Hurón Azul y se sienta, no importa demasiado junto a quién. Se quita la gorrita de pelotero y se enjuga el sudor que rueda por la roja bola de billar de la cabeza hasta los ojos, bajo las dos hirsutas cejas que no dejaron nunca de crecer, grises, blancas, caprichosamente, hacia cualquier dirección y luego, la boca, capaz de raros movimientos mientras habla o escucha. De su maleta escolar puede sacar lo mismo un disco, una foto, que una revista para demostrar algo —una fecha, un dato, que en ese momento considera trascendental, capaz de cambiar la Historia toda: "Miren lo que traigo aquí". Y cuando avanza la tarde y continúan llegando los habituales del Hurón, de una y otra mesa lo llaman, reclamándole, "ven, Helio, siéntate un rato aquí", y le sirven un ron con cola, ahora, un refresco de limón, después, y otro y otro, para que no se vaya. Este es mi cuartel general, decía, mientras Santiago de las Vegas se convertía en un lugar misterioso, remotísimo, del que "es arduo salir y aún más difícil regresar", ya en la alta noche, tras esperar lo inimaginable el camello atestado del parque de El Curita. Llevaba consigo el espíritu de la tertulia, o dicho con más propiedad, de la peña, que es punto de convergencia de comentarios, relatos, críticas más o menos punzantes, y chismes, que no son más que rápidas gacetillas casi siempre impublicables. También de observaciones agudas, de razonamientos claros. Helio llevaba memoria de cosas olvidadas, como un griot, de bailes, funciones, personajes y personajillos que había conocido a lo largo de décadas y décadas. La música cubana era su mayor pasión, que compartía con el béisbol. Lo distinguían un apego irreductible por las beldades negras y una pintoresca forma de interpretar la actualidad política del mundo.
Andar por la calle con él era imposible, si había premura. Lo detenían con frecuencia para hacerle consultas o pedir su opinión sobre cualquier cosa relacionada con sus temas caros: la Sonora Matancera o la mala racha de los Industriales. Muchas veces, un desconocido lo llamaba, solo para saludarlo o decirle que lo había visto o escuchado aquí o allá. Cambiaban sus interlocutores, él no, daba lo mismo que estuviese ante una cámara de televisión o dialogando con un humilde, anónimo y efímero, compañero de parada de ómnibus.
Formó parte del grupo fundador de El Caimán Barbudo, de lo que se enorgullecía, y desde muy temprano metió en su poesía la música popular, porque entendió que la poesía tenía que ser emocionante, y nada lo emocionaba más que una voz con una guitarra, una buena rumba, o un conjunto tocando esas breves guarachitas nuestras que tan nítidamente espejean el modo de ser cubano. Su Diccionario de la Música Cubana, saqueado a menudo por los mismos que lo criticaron con mano dura desde que apareció su primera edición, fue un acto de amor y de solitario heroísmo cultural. Sus antologías de boleros, sus artículos, sus libros sobre el carnaval, Daniel Santos o —el más ambicioso— de la música "por el Caribe" pudieron ser más serios y densos, creo yo, si él no hubiera sentido la premura por irse "a tertuliar" alegremente con amigos y recién conocidos a su "cuartel general" o cierto salón de té que poseía la sede de la Unión de Periodistas, donde lo conocí hace un montón de años.
Muchas veces le reproché que aceptara contratos tenebrosos por sus trabajos, que se desentendiera del destino de su propia obra o dejara para luego cuestiones que —yo consideraba— primordiales para él, como la de reunir sus versos, por ejemplo, o muchos de sus recuerdos del ambiente musical en un volumen de crónicas. "Tengo que aprender mucho de ti, Siegfried", me decía, socarrón, cuando agredía su displicencia o criticaba distracciones suyas que me exasperaban. Acto seguido, contaba, o imaginaba, el origen secreto de cierta canción, o explicaba cómo las pailitas de Los Guaracheros de Oriente lograron sustituir al bongó, o se ponía a soñar una gira de músicos "conjunteros", por toda Cuba, porque "este sonido se está perdiendo". ¿Qué le iba a decir yo entonces a alguien que consideraba máximo regalo de los dioses el poder rascar el güiro o tocar la tumbadora mientras alguien —no importa mucho quién— cantaba "Cualquiera resbala y cae", uno de sus amados guaguancoes?
Contra viento y marea, hace poco, echó a andar un conjunto que se inspiraba en Jóvenes del Cayo, del que fue percusionista a finales de los 50 e inicios del 60. Juntó a veteranos de los Jóvenes en alguna de sus etapas, con músicos "de ahora", como el cantante Francis del Río. Convenció a amigos, logró un ajustado financiamiento y se editó un disco por fin. Un buen disco, no hay duda. "Pero esto es solo el comienzo", decía siempre, mientras llenaba mi escritorio con fotografías y recortes de medio siglo atrás para que los scaneara. Quería revivir su figuración personal del Paraíso Perdido, que era, sencillamente, el resultado de dos trompetas, piano, bajo, tumba, bongó y un par de cantantes para que rumbearan y bolerearan, y después la entrega total al diálogo sabroso, marcado por una manera de ejercer la hidalguía criolla mantenida siempre, a pesar de incoincidencias, apremios económicos y el vapor de los tragos, aunque nunca fue un gran bebedor, en cada conversación, no importa demasiado con quién ni sobre qué.
Fue un cubano simpático y generoso —jamás escamoteó un dato, un disco, una ficha de archivo—, por eso tuvo amigos que fueron muy generosos con él. Tenía nuevos proyectos y alegría para llevarlos a cabo. Había prometido organizarse un poco, a fin de cuentas, ya había cumplido sus 70. Su penúltimo viaje fue a Venezuela, desde donde me escribió, emocionadísimo, porque "aquí se está tocando música cubana todas las noches, Siegfried, y de la buena", antes de emprender esta otra travesía, poco antes del mediodía, su hora de salir de Santiago de las Vegas, con su gorrita de pelotero y su milagrosa cartera escolar.


Tejuca:
Una lastima que muriera Helio las tardes y tardes que pasamos juntos, durante aquellos apagones de los 90, el me buscaba en mi casa, eso me alegraba, pues yo no lo buscaba a el, cuando me decian, mandy, te busca Helio sentia una alegria tan grande, caminando el pueblo, visitando la iglesia para ver manuscritos, visitando personas interesantes, el era un amante de eso, de las personas interesantes y se sabia el nombre de todo el mundo, increible ese cerebro, era una computadora, de el aprendi una cosa, venian los funcionarios de cultura a su casa para que el hiciera algo, pues como era un personaje muchos querian que se metiera en sus proyectos personales, el le decia que si con tremenda conviccion y yo le pregunte un dia, ven aca helio, como haces para estar metido en tantas cosas y el me dijo, mira, yo les digo que si, todo el mundo tiene un proyecto por el cual cree que le va a dar la pata a la lata y tratan de involucrarte, yo tengo miles de proyectos en mi cabeza y son en esos proyectos en los que creo con firmeza, si les dices a los otros que no rotundamente o que no pero vas a ver... trataran de convencerte y la visita se prolongara mas de lo previsto cojiendome el tiempo que yo necesito para hacer mis cosas, por lo que llegara el momento en que verdaderamente estoy trabajando en sus proyectos, por lo tanto les digo que si y despues hago lo que me da la gana y tengo mas tiempo para mi, era todo un jodedor y eso hasta hoy lo he aplicado y me va de lo mejor, y la mejor parte es que trato de no pedirle a nadie colaboracion para un proyecto mio, cuando lo hago les pago y me va mejor, Helio era una persona muy practica, un tremendo cubano. del cual aprendi muchos sobre la vida, la vida en cuba, la musica, pelota, mujeres, mucho, era increible.
cuanto lo siento un fuerte abrazo el teju

3 comentarios:

Armando Tejuca dijo...

lo que nadie ha dicho y se ve en el articuloo de Sigfredo en segunda lectura (que manera de usar la palabra para estar a salvo) es que Helio era un aticomunista para tener en cuenta, el tipo no descansaba en buscar chismes sobre los castro, sobre los generales y doctores de la cuba que le toco vivir, no se me olvida ir en los almendrones del parque de la fraternidad hasta santiago disfrutando de las ocurrencias de Helio, un dia yo le explicaba que mi empresa habia cobrado por un trabajo 20 000 dolares y que a nosotros nos pagaba con papelitos que no valian nada, el taxista se metio en la converzacion (como es comun) y justifico el acto argumentando que ese dinero era para tratar a su madre que recientemente le habian operado la vista y que eso pasaba por culpa del bloqueo... helio con su voz peculiar, explicativo le decia, si como no, los instrumentos para la operacion de tu mama antes venian de washington y las malangas para la recuperacion de alabama, el taxista ni sabia que decir y yo muerto de la risa
me acuerdo que siempre me decia, un dia de estos me vas a ver en la tribuna antimperialista ya veras a ver si acabo de salir de la miseria, todo el que entra por el aro obtiene casa, carro y de todo y yo sigo montao en el camello.
creo que nunca lo llego a hacer. El puso a Celia Cruz en su diccionario, quizas ni aunque hubiese puesto a Amaury P Vidal (al que siempre se resistio a incluir) con una foto de Castro le hubiesen dado un apartamento en la habana.
Todo un buen hombre mi amigo Helio.



Y socio coño, si llego a saber que me ponias eso asi en el front de tu blog al menos le hubiese puesto un punto.

Armando Tejuca dijo...

ah, en aquel juicio en miami para demostrar que el montuno "Oye mi canto" que aparecia varias veces en la cancion que cantaba Gloria Helio no trato de hacer un conteo de notas musicales, ni analizar los colores, ni tonos, no hizo nada de lo que se esperaba
El hombre se aparecio en la corte como un genio acabado de llegar a la civilizacion, traia una bolsa desde santiago de las vegas con cerca de 90 cintas de aquellas que eran de color marron y que se usaban en la radio, la corte busco un aparato para escucharlas y al cabo de 6 o 7 el juez sono el martillo y dio por concluida la vista, decir en una cancion cubana Oye mi canto era como decir "metele candela" o "dale mambo" o simplemente decir cualquier palabra, nada, como usar un barquito de papel en un cuadro cubano de los 90, uno de esos juicios que el que demanda no se da cuenta que esta haciendo un papelazo pues muchas cosas no nos pertenecen, el agua que forma nuestro cuerpo, el aire que intercambiamos tiene mucho que ver con los codigos usados para identificar ciertas cosas o eventos.

Anónimo dijo...

Bueno, amigos, de verdad que lo siento mucho. No puedo agregar más que este tema de un LP que compré en una subasta, pujando engañosamente junto a mi amigo y compañero de locuras, Félix Lorenzo. Es el primer corte de un disco que de niño escuchaba por carambola en casa, gracias a mi madre y su "Silvertone" mono- automático, "An Affair To Remember" del genial Hal Mooney, una de las primeras copias estéreo de la industria. Lo he capturado a digital, pero tal como suena, genial con esa profundidad y ruiditos propios del vinilo...
Ojalá les guste, les puedo asegurar que no hay edición en CD; el otro día viajé en automóvil más de 300kms y sólo escuché este disco continuadamente en loop. Fue una suerte llegar vivo, nunca había conducido tanto seguido, me sentí acompañado por mi padre...
Un abrazo para todos.